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lunes, 30 de julio de 2012

Encuentro: Parte I

Lectura: Juan 3: 1-21
 “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.”

Los evangelios registran varios encuentros a solas con Jesús. Encuentros de distintos tipos con diferentes personas; sin embargo, al parecer, basado en la información provista por los evangelistas, ninguno de los otros encuentros tuvo un nivel filosófico como el que tuvo con Nicodemo.
Era fariseo. Dedicaban su vida al estudio. Tenían una alta preparación académica y sobre ellos reposaba la interpretación de la ley. Eran respetados y servían como punto de referencia en relación a la aplicación de las normas y tradiciones judías.
Nicodemo, que era uno de los principales entre el grupo de los fariseos, decide ir a ver Jesús. A raíz de los milagros que se están desarrollando en la ciudad; atribuidos a Jesús. Sin embargo Cristo, que puede descifrar las intenciones del corazón, le da una respuesta distinta su planteamiento inicial.
Jesús le habla del nuevo nacimiento. Como concepto vinculado al alma, mientras que Nicodemo lo interpretó como el proceso natural de las personas. Y lo importante de todo esto es ver, que Jesús no da pie al planteamiento inicial de Nicodemo, sino que se enfoca en lo más importante. La salvación del alma.
Cristo vino a restaurar el alma;  a darnos una nueva oportunidad de nacer en Él. Es algo que no necesariamente es fácil de digerir o comprender. Sin embargo es vital para nosotros. La forma más sencilla de expresarlo es así: Sin Cristo estamos sin vida.
Solo Él puede darnos una nueva vida, un nuevo nacimiento. A través de Su Espíritu Santo. Y sin esta condición es imposible entrar al reino de los cielos.
El primer paso es nacer.




Josías Ortiz González

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