“Cualquiera que haya dejado
casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras,
por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.”
La historia del joven rico es muy
particular. Ya que aquello que se creía y veía legal, moral y socialmente
correcto no estaba completo. Este hombre se encuentra con Jesús, buscando la
aprobación del maestro para autosatisfacer una duda. Pero más que todo para
justificar su estado; encontrándose con la cruda respuesta de Jesús.
Había cumplido con todos los
mandamientos, pero algo estaba ocupando un lugar incorrecto. Quizás no lo había
planeado, y de manera inconsciente daba prioridad a las riquezas. Sin embargo,
la realidad era que dio más importancia a sus posesiones que a Dios.
La pregunta que surge es la
siguiente: ¿Qué tan parecidos somos a este joven? ¿Si estuviésemos en sus
zapatos, estaríamos dispuestos a venderlo todo, darlo a los pobres y seguir a
Cristo?
Ante esto muchos pueden
argumentar sobre el contexto y el significado. Sin embargo, el tema central de
esta historia no es el desprendimiento de este joven de sus posesiones, sino,
la suficiencia de Dios.
Al priorizar a Dios, por sobre
todas las cosas, logramos que, como
Pablo, tengamos todo lo que no es de Cristo como basura. Cuando importantizamos
a Dios, el dinero y las posesiones se convierten en medios para desenvolvernos
en esta tierra; y Cristo se torna en nuestra razón de existencia.
Tenemos que tener la capacidad y
la disposición de darlo todo y seguir a Cristo. Mirar las posesiones y riquezas
como algo pasajero, circunstancial. Enfocarnos en lo eterno, que es
Cristo. Y Él recompensará nuestro
sacrificio multiplicado por cien, adjunto de la vida eterna en las moradas
celestes.
Josías Ortiz González
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