Lectura: Juan 4: 11-15
“Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta”
Jesús tuvo un
encuentro, muy particular. Luego de haber caminado algunos 50 kms, estaba
cansado, se detuvo en Sicar, una ciudad de Samaria y decidió descansar en el
pozo de Jacob. Allí se encuentra con una mujer y entablan una conversación,
acerca del agua, a razón de Jesús haberle pedido un poco para hidratarse.
Las diferencias
historicas entre samaritanos y judios afloraron, sin embargo, Cristo guía la
conversación hacia lo más importante: La necesidad del alma.
Luego de esto,
ella pide que le provea del agua de vida que está ofreciendo Jesús. Él accede,
instandole a que llame a su esposo para compartirla con él. Pero ella no tenía,
se había casado cinco veces y la relación actual era una union libre.
Esta segunda parte
de la conversación nos hace ver que estamos al descubierto delante de Dios. No
hay nada que podamos ocultarle. Él sabe todo de nosotros.
Por lo tanto,
seamos libros abiertos delante de Él. No tratemos de esconderle nada. A Dios le
gusta que seamos honestos. Ella no lo ocultó, fue sincera durante toda la
conversación y, por haberlo sido, su alma fue saciada.
Permitámosle que
escriba en nuestros corazones Su Palabra; de manera que marquen nuestras vidas,
y que cada palabra quede impresa con tinta indelebe, moldeando cada paso que
demos. Sin tener nada que ocultarle a nuestro Dios.
Él desea que
sostengamos una relación de confianza. En donde no tengamos temor de acercanos
a Su presencia y decirle aquello que nos preocupa. El libro de Hebreos dice que
nos podemos acercar confiadamente ante trono de la gracia para alcanzar
misericordia y encontrar ayuda para el oportuno socorro.
Josías
Ortiz González
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