“…id y haced discípulos…”
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En función de esta premisa, y
para poder desmembrar tan intrincada información, tenemos que partir del
principio de la existencia de una voluntad de Dios para el individuo. Y que esta,
en cierta forma, representa una labor específica.
Ahora, de la misma manera en que
partimos de que existe una voluntad de Dios para el individuo, tenemos que decir
que Dios no excede a aquello plasmado en Su Palabra. De manera que lo individual
no superponga lo general. En otras
palabras, Dios no se contradecirá con lo escrito en la Biblia.
Hemos sido bombardeados con frases
como: “Dios hará cosas grandes contigo”, “Te enviará a las naciones”, “Reclama
tu bendición”, “Tienes que poseer tu heredad” o “Dios puso en ti un don
especial”, etc. Sin embargo, el común denominador en estos enunciados es que
carecen de especificaciones, implican una promoción personal, y sugieren un
cambio de estatus, tanto, socio-religioso como económico. Mientras que Jesús
ofrece una cruz.
Cuando estos falsos ofrecen
estatus, posicionamientos y riquezas. Cristo dice: en el mundo tendréis aflicciones.
A todo esto, para entender la
voluntad de Dios en nuestras vidas tenemos que partir de Su Voluntad Expresa.
Para entonces adecuarnos y encajar dentro de ella. Y lo que busca esta voluntad
es reunir todas las cosas, las que están
en el cielo y en la tierra, en Cristo (Efe. 1:9-10).
Para lograrlo, lo primero que se necesita es sostener un vínculo. Una relación
con Dios.
Josías Ortiz González
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