“…Dios, sé propicio a mí, pecador”
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En una de esas parábolas, Cristo
hace alusión a dos personajes. Un estudioso de la ley o fariseo, y un publicano
o colector de impuestos. Dado que el pueblo de Israel estaba bajo el imperio
Romano, los publicanos eran mal vistos. Ya que muchos de estos abusaban de su
posición. En cambio, el fariseo era de la élite que interpretaba las Escrituras.
Se les conocía como doctores de la ley.
Jesús relata, en la parábola, a estos
llegando al templo para orar. Sin embargo, ambos, con actitudes e intenciones
distintas. Uno que se enorgullecía de su condición de doctor de la ley,
mientras que el otro reconocía su estado
de insuficiencia delante de Dios.
Uno con el deseo de avergonzar y oprimir.
El otro admitiendo que es pecador y pidiendo a Dios misericordia. Dos caras de
una moneda, una que revelaba orgullo y la otra humillación.
La conclusión de esta historia es:
Quien mostró humillación fue exaltado, mientas que el orgulloso no logró, absolutamente,
nada.
A Dios no le impresiona la
oratoria, la preparación, ni el estatus de una persona. Él busca corazones, y
que estos revelen la verdad simple y sencilla de que: Somos pecadores. Y si Él
no es propicio a nosotros, estamos perdidos.
La manera de conquistar a Dios es
mostrando humillación. Reconocer nuestra condición de pecadores, y necesitados
de Él. Dios mira el corazón y lee sus intenciones. Por lo que esta de nuestra
parte admitir nuestra condición de insuficiencia.
Josías Ortiz González
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