“…Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.”
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Traían a Jesús casos y
situaciones difíciles para que emitiera un juicio de valor y, en función de Su
respuesta, determinar qué tan cercano o distante estaba de lo planteado en la
ley.
En este caso luego de haberles
respondido, de manera magistral a lo saduceos, los fariseos intentaron hacer de
las suyas, y le preguntaron acerca de cuál es el gran mandamiento. Jesús le
responde, el gran mandamiento es “Amar
al Señor de todo corazón, alma y mente.”
¿Qué quería decir Jesús con esto?
Que el primer enfoque del amor
está fijado en Dios. Él debe ser el origen de nuestro amor. Si re-direccionamos
nuestro amor hacia otra cosa o persona, entonces no estamos cumpliendo con el
mandamiento divino. Y esto se refleja en nuestra decisión de obedecer Su
Palabra.
Es por esto que va en tres
niveles. Primero con el corazón, es decir nuestros sentimientos; luego nuestra
alma, que representa nuestra voluntad, y por último con la mente, haciendo
referencia a nuestro raciocinio. En otras palabras, amar a Dios no es algo solo
de sentimientos o de voluntad, sino de convicción en la grandeza de Dios.
Dios nos ama y la manera de
devolverle este amor es obedeciéndole. Sintiéndolo, habiendo tomado la decisión
pero sobre la base de un convencimiento de la grandeza y el amor de Dios para
con nosotros.
Josías Ortiz González
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