Lectura: Juan 4:5-10
“Si
conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le
pedirías, y él te daría agua viva.”

Dos
pueblos, que históricamente estaban divididos, se logran vincular en una
sencilla interacción cuyo tópico principal era el agua. El elemento de mayor
proporción e importancia en la naturaleza. Indispensable para el sostenimiento de
la vida.
En
este encuentro se pasa de, la necesidad física de Cristo, a la espiritual de
ella. Desembocando en la influencia de toda una ciudad. Teniendo como eje la
comparación del agua, como elemento natural, al agua viva como vital para el
espíritu.
Y
esta agua viva viene como un don de Dios, es decir un regalo de Él para la
humanidad, disponible para saciar cada necesidad del alma. Sin embargo, está
sujeto a la solicitud de quien la necesite.
Cristo
vino al mundo para brindar a todo aquel que lo requiera, el agua de vida. No
podemos esperar a que nos la den. Tenemos que pedirla.
Esta
conversación es muy interesante porque, hasta este punto, la samaritana no está
al tanto de la connotación de lo que se está hablando. Dios mismo, el dador de
esta agua, le está diciendo: “Pídeme que
yo te daré”. En otras palabras, no existen condiciones para que adquirirla, es solo cuestión de
solicitarla.
Jesús
está disponible para todos. Pero más aún está en frente nuestro diciéndonos: “Pídeme”.
¿Qué
responderemos?
Josías Ortiz González
No hay comentarios:
Publicar un comentario