“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de
cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.”
La entrevista a solas que tuvo
Nicodemo con Jesús, aquella noche, marcó su vida. Es posible que haya quedado
alguna que otra duda, sin embargo, lo que es seguro es que este intelectual fue
inquietado por una de las verdades más sencillas pero al mismo tiempo más
incomprensibles del Evangelio. La capacidad de nacer de nuevo.
Es sinónimo de inicio, principio
o génesis. En este se sugiere que aquello que no existía pasa a existir y a
ocupar un espacio. En otras palabras, nacer es vida. Es abrirse paso a un mundo nuevo. De estar en
un lugar con condiciones ideales a uno con condiciones adversas; en donde hay
que sobrevivir.
Ahora, Cristo no le da esa tónica
a la conversación. Sí le está hablando sobre un nuevo inicio, pero con la
salvedad de que al lugar al que va no es adverso, sino que es celestial. Cristo
le está ofreciendo una esperanza. La esperanza de ver el reino de Dios.
Es cierto que en este mundo
tenemos aflicciones, pesares y dolencias; pero, a pesar de todo eso debemos
confiar, porque Cristo venció al mundo. Y este nuevo nacimiento no es para este
mundo, sino para uno venidero.
¿Qué significa todo esto? Que
nuestras vidas no están sujetas a lo que vemos en la tierra. Sino a la
esperanza de ver un cielo nuevo y una tierra nueva. Pero para eso tenemos que
nacer una vez más. Y hacerlo a través de Jesucristo.
Jesús vino a darnos la esperanza
de que un día lo que vemos dejará de ser. Dando paso al reino de Dios.
Josías Ortiz González